CUANDO LA VIOLENCIA VERBAL SE DISFRAZA DE CHISTE
Por : Hellen Vásquez Chaparro
ER.- En muchas comunidades religiosas, la homilía es un momento de reflexión, enseñanza y espiritualidad. Sin embargo, en algunas ocasiones, este espacio se ha visto empañado por comentarios fuera de lugar, como los chistes misóginos que ciertos sacerdotes introducen durante sus sermones. Este tipo de bromas, lejos de ser inofensivas, perpetúan estereotipos de género y refuerzan la violencia verbal, provocando daño en un espacio que debería ser de respeto y unión.
Los chistes misóginos en el ámbito religioso no son un fenómeno nuevo. Pueden aparecer en forma de comentarios aparentemente inofensivos sobre las mujeres, bromas sobre sus roles en la sociedad o insinuaciones que trivializan su dignidad. Estos comentarios, aunque puedan parecer simples intentos de generar risas, tienen un impacto profundo en la comunidad de fieles, especialmente en las mujeres.
Durante una homilía dominical en una iglesia de Lima, el sacerdote relató un chiste para «relajar» el ambiente: Un hombre llegó con sus maletas a la casa de su suegra. Ella, sorprendida, le preguntó qué hacía allí. El hombre, asustado, respondió que su esposa lo había echado y que prefería ir al infierno antes que a su casa. El sacerdote soltó una carcajada, insinuando que las suegras son como «demonios», provocando risas entre los fieles, más entre los hombres.
Ana, una devota asidua, expresó su desconcierto: «El sacerdote siempre hace comentarios que me incomodan. Una vez dijo: Eva se equivocó al comer la manzana, pero las mujeres siempre toman decisiones difíciles de entender. Otro día dijo: Las mujeres, cuando salen de la cocina, se pierden. Esos comentarios provocan risas, sobre todo entre los hombres, pero yo me siento ofendida. Siento que mi dignidad como mujer está siendo vulnerada. Y me pregunto por qué el padre hace este tipo de chistes si no son graciosos», agregó.
A pesar de la aparente ligereza del chiste, muchas mujeres lo interpretaron como una reafirmación de estereotipos que legitiman la violencia hacia ellas. Este tipo de mensajes, disfrazados de humor, se repiten en varios sermones, tal vez con la intención de hacerlos más entretenidos. No obstante, al hacerlo, algunos sacerdotes, quizás sin ser plenamente conscientes, promueven la violencia verbal de género al minimizar el valor de la mujer.
El chiste no siempre es divertido
En un país donde la fe católica sigue siendo predominante, las homilías dominicales tienen un poder significativo para influir en el pensamiento colectivo. Según cifras del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), más del 75% de los peruanos se identifican como católicos. Esto otorga a los sacerdotes una enorme capacidad para moldear opiniones y valores dentro de las comunidades. Tanto es así que si el padre dice “algo” los fieles lo aceptarán como tal.
Josué, un seminarista, señaló que algunos sacerdotes no ocultan su misoginia. «Algunos sacerdotes, sobre todos mayores, no toleran la presencia de mujeres, mientras que los más jóvenes temen caer en la tentación. Esto provoca que, en ocasiones, hagan chistes que ridiculizan a las mujeres», comentó con pesar.
La violencia hacia las mujeres no siempre se manifiesta en forma de agresiones físicas o insultos directos. En 2022, la Defensoría del Pueblo publicó un informe que destacaba cómo el uso inapropiado del lenguaje también perpetúa la violencia de género en diversos ámbitos, incluyendo el religioso. Aunque no se trata de violencia física, las palabras tienen el poder de influir en la percepción de la mujer como inferior o menos capaz, afectando incluso la autoestima de las más jóvenes.
El impacto es significativo
Según la psicóloga Doris García, el impacto de los chistes o bromas durante la homilía es peligroso. “Cuando quien cuenta el chiste es un líder religioso, ya sea un sacerdote, una religiosa o cualquier persona consagrada, su voz no se percibe solo como la de un ser humano, sino como si, de alguna manera, fuera la manifestación de Dios. Por eso, es crucial que los líderes religiosos estén bien preparados y promuevan el respeto y la igualdad entre géneros Cuando se normalizan los chistes misóginos, se refuerza la desigualdad estructural”, afirma.
El sacerdote Pedro, encargado de una parroquia, también reconoce que algunos de sus colegas han usado comentarios inapropiados en sus homilías. «A veces no somos conscientes del impacto que tienen nuestras palabras. Pensamos que un chiste puede ser inofensivo, pero para quienes lo escuchan, puede reforzar ideas de violencia. La Iglesia tiene un papel fundamental en frenar este tipo de prácticas. Como predicadores, debemos ser cuidadosos con el mensaje que damos, especialmente en temas tan sensibles como la violencia de género».
El uso de chistes misóginos no solo afecta la dignidad de las mujeres, sino que también debilita el vínculo entre los fieles y la institución religiosa. Cada vez más, especialmente los jóvenes, se alejan de las prácticas religiosas cuando perciben que la Iglesia no se alinea con los valores de igualdad y respeto que buscan en sus vidas cotidianas.
La consecuencia es evidente: una mayor deserción de fieles, que se sienten desconectados de un mensaje que parece anacrónico y fuera de lugar. En lugar de ser un espacio inclusivo y acogedor, la Iglesia se convierte, para muchos, en un lugar de perpetuación de estereotipos que ya no tienen cabida en una sociedad que lucha por la igualdad de género.
El fin de los chistes misóginos
Lamentablemente, la mayoría de los casos de chistes misóginos en las homilías pasan desapercibidos o, peor aún, no se denuncian por temor a represalias o por considerar que es “solo una broma”. Este silencio cómplice permite que la práctica continúe y se perpetúe en distintas comunidades.
“Se debería facilitar un espacio seguro para que los feligreses puedan denunciar comentarios o comportamientos misóginos sin temor a represalias. La Iglesia necesita adoptar un enfoque firme, con sanciones para quienes persisten en prácticas que degradan a las mujeres. A nivel parroquial, pueden crearse campañas para visibilizar el daño que provocan los chistes misóginos y cualquier otra forma de lenguaje discriminatorio”, señala la especialista en psicología.
La falta de una postura clara por parte de las autoridades eclesiásticas refuerza la idea de que estos comentarios son aceptables. En lugar de confrontar el problema, en muchos casos se opta por ignorarlo, contribuyendo a que persistan las actitudes sexistas que tanto dañan la imagen de la Iglesia y su misión.
Para erradicar esta práctica, los sacerdotes deben recibir capacitación constante en comunicación inclusiva y respetuosa. Deben aprender a manejar su lenguaje en el púlpito, evitando bromas y comentarios que perpetúen la misoginia. Esta formación puede incluir talleres sobre violencia de género y habilidades blandas. Solo de esta manera, se podrá erradicar la violencia verbal que tanto daña a las mujeres de todas las generaciones.